viernes, 28 de mayo de 2010

Ángel Cristo contra las fieras del corazón



Como buen niño que se precie, de pequeño fui al circo. Como buen niño que se precie, supongo que pasé largo rato embobado observando piruetas, contorsiones, equilibrios y caballos con un tipo que no para de saltar y de realizar acrobacias. Supongo. La verdad es que nunca me ha gustado el circo, a pesar de ese aire como romántico, melancólico y hasta outsider que lo rodea. Ver a unos tipos de apellido ruso (aunque sean de Getafe), con mallas negras lanzándose desde un trapecio nunca me ha llamado la atención. ¿Qué tiene mérito? Muchísimo, no lo dudo, pero también tiene mérito la natación sincronizada y, como deporte, me aburre soberanamente.
También tiene mérito la pintura de Miró y nunca le he encontrado el punto que sí descubrí en Dalí o Pollock. También tiene mérito la discografía completa de Nacho Cano y nunca me ha transmitido la más mínima emoción.
A lo que iba: los únicos personajes que me han gustado del circo son los payasos, los bufones, los personajes de cara pintada, zapatones imposibles y gags reiterativos, pero que son capaces de captar mi atención. Suelen protagonizar pequeños gags en los descansos entre acróbatas en bicicleta y chinos que hacen rodar platos encima de unos palos, pero siguen siendo los mejores, como esos anuncios bien hechos (algunos) en las pausas de una mala película.
Pues bien, hace un par de semanas murió Ángel Cristo, oficialmente conocido como domador de fieras y empresario circense, pero en realidad popular por sus escándalos, su matrimonio con Bárbara Rey (entre 1980 y 1988) y sus apariciones en revistas y programas del corazón. Él quiso ser domador y triunfar (y, ojo, que llegó a contar con uno de los circos más importantes de Europa, el Circo Ruso) pero acabó siendo el payaso, el bufón, el muñeco con el que todos los periodistas (perdón por calificarlos así, pero prefiero no poner insultos) del corazón se atrevían.
De acuerdo, Ángel Cristo tuvo una vida de excesos y no precisamente ejemplar: presuntos malos tratos a su mujer, drogas (aquí ya no es presunción), denuncias por el estado de abandonos de sus animales, polémicas varias y hasta detenciones.
No se trata de atacar o defender al personaje. Ni se trata de criticar que viviera a costa de los suculentos dividendos por parte de la prensa del corazón, una prensa que practica un doble juego: por un lado, el exceso de almíbar, el empalagoso estilo de decir lo guapa y elegante que va la princesa, la tonadillera, el torero o la actriz y lo feliz que es en este momento de su vida. Pero por otro, el ataque descarnado, como una jauría de hienas hacia la presa fácil, débil, moribunda, que huye campo a través pero con un balazo mortal en su cuerpo. En este segundo episodio es donde entra Ángel Cristo. Y repito, prescindo de la catadura moral de un personaje que sacó tajada económica por dejarse acorralar por esas fieras hambrientas, a las que supo domar como si de leones o tigres se trataran.
Eso sí, más de un zarpazo o un hueso roto se llevó Ángel en sus cara a cara con las fieras (y sí, hablo tanto de los animales como de los carroñeros del corazón). Hace unos meses, Ángel Cristo se sentó en la silla de las torturas de DEC (el antaño ¿Dónde estás corazón?) y dio toda una lección de cómo conseguir dinero a cambio de nada.
A sus 65 años, harto ya de una vida descontrolada, quizá pensó que su prestigio no podía salir más maltrecho de una pelea más. Eso sí, a cambio de dinero, de mucho dinero. Así, el domador se sentó en ese peculiar patíbulo y dejó que las hienas chillaran, escupieran bilis e intentarán morderle por todo el cuerpo. María Patiño, Gustavo González o Gema López atacaron y humillaron a un personaje que, hierático y en una actitud casi zen, prácticamente ni les miró. Los colaboradores de Cantizano, poco acostumbrados a perder (su habitual muchos contra uno acaba con sus presas) se pelearon incluso entre ellos, mientras Ángel se embolsó unos buenos emolumentos después de un episodio de pasividad espectacular. Ángel, tras muchos años conviviendo con la prensa más zafia que existe, supo finalmente aprovecharse del sistema, y tal cómo dijo el periodista Alfons Arús (en su programa Arucitys) hablando sobre esa intervención: “La cara de Ángel Cristo es mejor como humor que un gag de los Morancos”.
Ángel Cristo ha sido víctima y cómplice al mismo tiempo. Ha alimentado a esa prensa tramposa, venenosa y sin ningún atisbo de ética o respeto, pero también ha servido como diana para que los sicarios del cuore lanzaran sus disparos a bocajarro, sin piedad, una forma de matar a alguien lenta y dolorosa.

lunes, 17 de mayo de 2010

Uri Geller: la broma infinita

¿La proliferación masiva de cadenas de televisión ha mejorado la calidad de la programación? No se trata de tirar de la nostalgia para soltar tópicos como “…antes la televisión sí que era buena”, ya que corremos el riesgo de acabar diciendo a nuestros hijos que antes sí que se jugaba de verdad en la calle, que los tomates sabían a tomates o que todos los vecinos se conocían y tenían las puertas de las casas abiertas. La nostalgia es muy traicionera, es cierto, ya que nos hace recordar, o hasta idealizar, tiempos pasados. No se trata de eso, pero quiero hacer un ejercicio que enlaza pasado y presente a través de un nombre: Uri Geller.
La verdad es que uno de mis primeros recuerdos televisivos es, precisamente, el de este extraño personaje. Yo tenía sólo cinco años, pero nunca olvidaré la imagen de un tipo de cara rara, concentrado y con una cuchara entre sus dedos que se doblaba, presuntamente, con el poder de su mente. Geller trastornó la escena televisiva en 1975 durante una emisión del programa Directísimo, dirgido por uno de los grandes monstruos de la televisión en España, José María Íñigo, ese hombre a un gran mostacho pegado. En el último año del franquismo, ese espacio todavía sufrió la censura que evitó la visita de algunos personajes como el ajedrecista Anatoly Karpov, aunque consiguió la presencia de un tipo de estrellas que hoy no suelen prodigarse por los platós hispanos. Amigos, en una época en que en España proliferan triunfitos varios (con todos los respetos, pero Bisbal, Bustamante y Gisela no son precisamente Sinatra o Barbara Streisand), famosos casposos, cutres y, en algunos casos, delincuentes o faltos de cualquier ápice de ética (desde Núria Bermúdez hasta Violeta Santander, pasando por Julián Muñoz, la Pantoja y compañía), resulta que Íñigo consiguió llevar a su programa en blanco y negro de Prado del Rey a gente como Tina Turner, Johnny Weismuller (o sea, Tarzán), Diana Ross, Alain Delon o el cosmonauta Neil Amstrong.
Alguien dirá que, hoy día, figuras de esta talla no se prodigan en televisión. Falso. Tan sólo hace falta observar quienes son los invitados a los programas de gente como Letterman, Jay Leno o Oprah Winfrey. Ya en 1976, con Franco criando por fin malvas, Íñigo consiguió la presencia del Nobel ruso Alexander Solzhenitsyn, aunque si ese programa ha pasado a la historia por una visita, es por la de Uri Geller. De acuerdo, yo era muy pequeño, pero no recuerdo ninguna imagen de Diana Ross y sus Supremes, ni de Weismuller rememorando tardes de liana y taparrabos o de Armstrong hablando de esa huella en la Luna. No. La única imagen que tengo grabada es la de esa cuchara doblándose como mantequilla ante la cámara y la del rostro hierático, casi de película de terror, de Geller. De acuerdo que en esa época no había competencia, pero las crónicas hablan de una audiencia de 20 millones de personas (¿cuántos habitantes tenía España en 1975?). Los teléfonos de RTVE se colapsaron con llamadas de personas que aseguraban que, en sus casas, relojes o transistores estropeados volvían a funcionar y que también habían doblado cucharas durante la presencia en la pantalla del rostro de Geller. Desde ese momento empezaron a surgir dudas ante lo que muchos calificaron como fraude, pero lo más sorprendente es que ese debate, 34 años después, continua vigente. Algunos especialistas de la época aseguraron que Geller trataba los metales con nitrato de mercurio, lo que ayudaba a reblandecerlos, o que jugaba con efectos ópticos y con el poder de la sugestión, aunque otros testimonios seguían defendiendo que en sus casas habían vivido experiencias similares. De hecho, el mismo Íñigo confesó que no pudo volver esa noche a su casa con su coche, ya que la llave se había doblado.
Hace diez años, el gran Eduardo Punset invitó a Geller a su programa Redes (en La 2). Punset definió a Geller como “pionero” en algo que “hoy día es ciencia, pura ciencia”. ¿Un mago? ¿Un fraude? ¿Un científico prestidigitador? Lo cierto es que Geller se encuentra, sin duda alguna, en el top ten de los momentos televisivios más impactantes de la televisión española del siglo XX (hagan memoria: ¿cuántos más recuerdan con la misma intensidad?). Su popularidad le convirtió en millonario, por lo que acabó desapareciendo del mapa en los años 80, para ir volviendo esporádicamente.
Pues bien, resulta que en los últimos años, Geller ha vuelto al primer plano de la actualidad con la creación de un programa llamado El sucesor, y que ya ha pasado por televisiones de los Estados Unidos, Canadá o Israel (su país de origen). Como si retrocediéramos en el tiempo, la polémica vuelve a ser la misma: ¿Geller es un fraude o un genio?. El programa pretende encontrar personas con talentos paranormales, o sea, como un Operación Triunfo, pero sin gorgoritos ni abrazos más falsos que un billete de seis euros. ¿Y quién está al frente del jurado? Premio: el mismo Geller, que ha conseguido convertir en real su particular broma infinita.
Para muchos, esa imagen de un presunto parapsicólogo con cara de enfadado doblando una cuchara hace más de tres décadas es un recuerdo simpático. Geller suena a freak del pasado, pero se trata de una empresa multinacional que genera millonarios ingresos. De hecho, ya está planificando para dentro de unos años una final mundial en Las Vegas para elegir al mejor de sus sucesores. A él, le da igual que vayan apareciendo grupos de magos, de parapsicólogos o de asociaciones de vecinos que lo tachen de farsante. El negocio sigue en marcha. Uno de los ejemplos más claros fue durante la emisión del programa en Israel (con audiencias de hasta un 40%, porcentaje que dobla lo que hoy día en España se puede considerar una cifra de éxito). Una asociación de parapsicólogos israelí denunció que el programa “no tiene nada de sobrenatural”, mientras el propio Geller respondía que no utilizaban ningún truco de manos, y que todo se basaba en poderes sobrenaturales de los concursantes, capaces de “obrar maravillas”. Otros magos, en cambio, defienden a Geller, aunque afirman que lo que hace él es eso, magia, pero entendida desde el punto de vista de la ilusión óptica, la prestidigitación y los trucos.
En unas declaraciones, Uri Geller llegó a defender su propuesta con la siguiente frase: “La gente quiere entretenimiento, pero también esperanza”. Doblador de cucharas, mentalista y showman para unos. Estafador, mago de pacotilla para otros. Un fenómeno nacido al amparo de la televisión. El espectáculo, en definitiva, debe continuar. Geller ha conseguido sembrar dudas y confusión, creando a su alrededor una verdadera legión de seguidores que creen en sus supuestos poderes. Jugar, pues, al despiste en aras del espectáculo. De hecho, él mismo ha llegado a decir que controla una especie de magia que nunca desvelará. Pues eso, magia, entendida como la puesta en escena de trucos. ¿Es eso un engaño? Hablamos de televisión, basada en eso, en la ilusión, en la ficción en muchos casos, en falsas realidades. Quizá sería más honesto admitir que se trata, precisamente, de un mago. De un gran mago, si se quiere. ¿No lo es acaso David Copperfield?
Lo más criticable quizá sea esa idea de ofrecer una esperanza basada en la supuesta capacidad de manipular el entorno con la mente. Ahí, rozamos unos delirios de grandeza que no corresponden a ningún ser humano. Ahí, jugamos a ser Dios sin serlo.

lunes, 3 de mayo de 2010

El juego de tu vida: más basura





Me da igual lo que digan los del zoo. Siempre que tiro cacahuetes a la jaula de los monos, están contentos. Así es como funciona buena parte de la oferta televisiva. Las cadenas y productoras saben que hay una retahíla de asociaciones, entidades o particulares enojados que iniciarán campañas, editarán folletos con vocación didáctica o elevarán sus protestas al defensor del pueblo. Les da igual. Ellos saben que los televidentes, los monos, empezarán a dar piruetas y saltarán de alegría cuando se inicie una fabulosa lluvia de cacahuetes. Siempre mirando de reojo por si viene uno de esos guardias pasados de peso y con una porra que parece de juguete, pero sin dejar de lanzar los apetitosos manís a la audiencia. Y es que, amigos, Tele 5 consiguió  rizar el rizo con el que, seguramente, ya es uno de los programas más morbosos, denigrantes y zafios de su historia (en un duelo cuerpo a cuerpo con el desaparecido Aquí hay Tomate o con el Gran Hermano que no se va ni con lejía de la parrilla). Hablo de El juego de tu vida, un engendro que la misma cadena vende como “un concurso para medir la sinceridad de los concursantes”. ¿Un concurso? Al frente, situaron a Emma García, que desde abril del 2008 presenta el espacio, en un ejemplo de cómo una carrera profesional puede ir de mal en peor: Emma presentó durante cinco años el magacín A tu lado, que no era más de lo mismo en este tipo de programas, o sea, prensa rosa, marujeo, y famosetes casposos. De hecho, entre sus colaboradores no faltaban antiguos habitantes de la casa del morbo de Milà, pseudofamosos (como el Guardia Civil que se quedaba multas y luego se casó con la hija de Rocío Jurado) o pseudoperiodistas rosas como Karmele Marchante. Emma también hurgó en la basura en una de las imitaciones cutres de Gran Hermano, en este caso Supervivientes, con el mismo morbo pero rollo náufragos que tienen que pelearse por la raspa de una sardina y lucir moreno. Pero cuando Tele 5 se cuela un día entero en el zoo, su bolsa de cacahuetes es muy grande, por lo que a Emma le tenía reservada una sorpresa, con uno de los proyectos más barriobajero, manipulador, morboso y antiético jamás perpetrado. Basado en un programa que ya funcionaba en los Estados Unidos, de acuerdo, pero igual de criticable. El juego de tu vida, en teoría, no es más que un sencillo concurso basado en la técnica del polígrafo con personas anónimas. De entrada, el primer engaño es al televidente, ya que ni polígrafo ni nada que se le parezca, y tan sólo una voz en off de esas tan cinematográficas que se limita a decir si la respuesta dada es verdad o mentira, mientras Emma y el concursante cruzan miradas, risitas tontas o caras de enfado. ¿A que podría parecer hasta un programa digno, estilo 50x15? ¡Pues nada que ver! Es obvio que no hay polígrafo, y que los detalles de la vida del concursante los consigue un equipo de guionistas, que deben taladrar a preguntas al propio interesado (seguro) y a familiares y amigos, sobre detalles escabrosos y de muy mal gusto sobre su vida. Además, la propia Emma, de repente, pone cara de reprobación, de jueza suprema, ante algunas de las confesiones del concursante, como perdonándole la vida, mientras pregunta a algunos de los incautos acompañantes que qué les parece la respuesta. Infecto, sinceramente. Hasta 21 preguntas (en el momento de fallar, a la calle) para poder ganar hasta 100.000 euros. Un buen pellizco, pero a cambio de responder sobre cuestiones (todas las que adjunto, reales del programa) como si se quiere más a un hijo que a otro; sobre si se ha engañado al marido con varios compañeros de trabajo; sobre prácticas sexuales o sobre mentiras a amigos. Entre las decenas de personajes que se han dejado humillar a cambio de dinero (o de nada, en muchos casos, cebos baratos, baratos) destaca el de un chico que se embolsó 100.000 euros (que cada uno haga sus cálculos sobre lo que eso representa, por ejemplo, en una hipoteca media) por admitir que, trabajando como mecánico, había engordado facturas, había vendido coches con el cuentaquilómetros trucado y había llegado a robar vehículos aprovechando sus conocimientos. Es decir, que no sólo se llevó a un delincuente al concurso, si no que se le dio el premio gordo como agradecimiento. La cadena amiga ya ha engordado las cuentas de otros delincuentes (Julián Muñoz y Luís Roldán, los más conocidos), pero la amiga Emma García, con su cara de ay qué ver lo que dices, se convirtió en cómplice de un chorizo sin ningún tipo de miramientos. Otra chica, en una de las participaciones más denigrantes, confesó que le repugnaba acostarse con su marido, que pensaba estar desperdiciando su vida a su lado y que deseaba la muerte de su suegra. Y Emma, allí, tan profesional, tan serena y tan puesta ella. Eso sí, la chica acabó el concurso, se embolsó también los 100.000 euros y dijo que había valido la pena. Lo dicho, ni escrúpulos, ni ética, ni buen gusto, ni nada de nada. Y sí, la última chica tenía razón: ¡qué pena!